No es con fuerza humana ni con poder sino por tu Ruaj HaKodesh… un día paró el tren en mi
puerta y sabía… que si no me subía lo perdería para siempre ¡lo sabía!
Mientras estaba parado ¡me debatía!, porque sabía que partiría y que allí me quedaría.
Me impacientaba por dentro porque lo que ya tenía me latía en mi interior y deseaba la partida, sin dudarlo subí, porque no quería perder ese deseo de conservar lo que se me movía en mi intimidad.
Cuando subí, no tardó en partir y entonces vi a través del ventanal lo que había detrás de las vías: personas atrapadas en esta dolorosa vida, sin vida, sin esperanza, en su cotidiano vivir, haciendo lo mismo en su rutina. Mi alma se alborozaba sin saber a dónde me llevaba, pero veía a los que se quedaban y lloraba por dentro porque no tenían vida.
Pero yo me alegraba porque no sabía a dónde iba pero esa aseguranza de mi vida estaba viva y segura y
pacientemente recobraba vida, no veía más que la paz que me alumbraba a una senda segura.
Un día… paró un tren en mi estación y ese tren me llevaba a la vida y mi corazón latió deprisa porque sabía quién era su conductor.
Mis ojos lo vieron y me dio la seguridad que con El no tenía ya nada que temer.
Irradiaba paz, ternura, firmeza y vida y no quería quedarme sin El porque El ¡es la Vida!
Rápidamente corté con todo lo que me ataba, fue rápido, y me fui de vacío porque sabía que El era el que todo me lo llenaba y me cubría. Yo le abrí la puerta de mi corazón porque siempre la tuve
cerrada, a nadie se la abrí, pero yo quise que fuera mi dueño y le dije que entrara dentro de mi morada
y El entró y todo lo que había dentro desapareció y entonces El iluminó mi vida y conocí que Su Nombre era Yahshua, el que ahora me es, y me será por siempre, mi bendito fiel y verdadero conductor y guía. Lo que no sabía era que un día… años atrás… vertió Su vida por mí.
No sólo le pedí que entrara dentro de mi corazón, no sólo le pedí que limpiara mi casa por dentro y por fuera con su sangre derramada, también le pedí que me perdonara porque no sabía lo que hacía; y el premio de Su paz me invadía.
E. Divina Bruñó Ibáñez
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